Nunca la pelota am? tanto a un ser humano

En aquel lugar inimaginable para los mortales llora, solitaria y sin consuelo, la pelota; esa pelota, la que no se mancha. La que evolucionó de un bulto de trapos, medias y papel de diario en Villa Fiorito a dispositivo tecnológico con sensores de movimiento que miden velocidad, distancia y potencia del empeine de un botín.


Ese balón que en el mundial de 1974 se convirtió en bicolor de 32 gajos para ser mostrada al mundo por televisión. Que se llamó Tango en el ´78 y regaló alegría a un territorio ensombrecido por la muerte. La que en España ´82 no entró al arco y se tuvo que volver manchada de olvido.

La que sufrió el desastre inconcebible del movimiento de las placas tectónicas en centro américa y después, ¡ay! Después, en 1986, engalanó el estadio Azteca tomando su nombre. La que se dejó empujar impunemente por un puño mágico, necesario, estruendoso, magnánimo e inconfesable.

Esa misma Azteca que recorrió las tres cuartas partes del campo de juego siendo la protagonista absoluta en la jugada máxima, la imposible, la que buscó acariciar los dolores de un pueblo lastimado por la guerra. La que hizo justicia por ruedo propio y quiso quedarse contra la red para los tiempos inmemoriales, sola, en silencio, disfrutando lo que creía que era la máxima alegría para una pelota, ser EL GOL de la historia de los mundiales.

Pero no, no fue suficiente. También fue la protagonista de la mejor historia de la década. El país sudamericano que la vio evolucionar la celebró hasta el hartazgo. Le dió el sitio máximo. La ungió como el ícono del sueño del pibe de la villa que solo quería jugar un campeonato del mundo. Ella, orgullosa, lo llevó al paroxismo. 

Todo lo que vivió después, esa pelota lo recibió como un éxtasis de amor. Nunca se separó de los cordones de los botines del 10. Nunca dejó de sentir cada caricia propinada por pies infiltrados hasta el hartazgo. Nunca dejó de celebrar, en cada giro, en cada cambio de rumbo, ese amor único, envidiable e inmortal. Ese amor que le dió, sin pausa, sin respiro, Diego Armando Maradona.

Gracias redonda. Nunca podremos hablar de vos sin que se escapen unas lágrimas por él. Gracias Diego, nunca una pelota amó tanto a un ser humano.

 

Actualidad - 19:36 25/11/2020