?EL VALOR DE LA PUREZA?

Estamos caminando el tiempo del Adviento con el propósito de convertirnos y volver a Dios para celebrar

bien la Navidad. En algunas reflexiones anteriores señalaba que para comprender el Reino que anuncia

Jesucristo, el Señor, debemos entender el mensaje del «código de la cruz», es decir, el código de la

pequeñez y de la humildad. En este tiempo nos preparamos para penetrar el misterio de Dios desde el

pesebre de Belén. Dios se manifiesta en lo pequeño y desde ese ángulo podemos comprender más el

misterio de Dios.

En este segundo domingo de Adviento el Evangelio (Lc 3,1-6), nos propone la figura de San Juan Bautista,

el precursor del Señor. El texto nos dice de Juan: «como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Una voz

grita en el desierto: preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” […] Entonces, todos los hombres

verán la Salvación de Dios».

El domingo pasado en el inicio del Adviento reflexionaba sobre el contenido de la esperanza cristiana, y

cómo la expresión bíblica y litúrgica «Ven Señor Jesús», no implica que nos quedemos en la pasividad;

esto sería una espera alienante y la esperanza cristiana por el contrario nos exige comprometernos con el

presente y evangelizar nuestra cultura y tiempo. Por esta razón el documento «Jesucristo Señor de la

historia» nos decía: «Los creyentes encontramos en nuestra fe un nuevo motivo para trabajar en la

edificación de un mundo más humano. La esperanza en un futuro más allá de la historia nos compromete

mucho más con la suerte de esta historia. ¡Cómo deseamos que esta esperanza activa empape la

conciencia y la conducta de cada uno de nuestros hermanos!» (JSH 16).

El 8 de diciembre celebraremos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, fecha tan

querida por el pueblo de Dios. En relación a esa celebración, habitualmente he tratado de reflexionar sobre

el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros jóvenes. Debemos reconocer que el contexto no los

ayuda demasiado. Desde las propuestas consumistas que bombardean en las programaciones de los

medios de comunicación, hasta problemas que no sólo no terminan de resolverse, sino, por el contrario, se

multiplican gravemente como el problema de la droga y alcohol.

Sabemos que en algunos lugares han trabajado algunas formas legislativas para cuidar a nuestros jóvenes

y cada tanto se encuentran algunos cargamentos de droga, pero somos conscientes que este «mundo de la

droga» sigue creciendo. Nos preocupa que cuando tocamos especialmente este tema que mata

humanamente a muchos de nuestros jóvenes, quedan muchos silencios.

La droga no es el único mal que padecen nuestros jóvenes, hay muchos otros males como el alcoholismo,

la promoción de una sexualidad promiscua, incluso en planteos educativos… todo esto fruto de una

visión humana materialista y sin ninguna dimensión de lo trascendente. Sabemos que el ambiente influye

en gran medida en la voluntad y la libertad de aquellos que en la adolescencia empiezan a realizar sus

primeras opciones fundamentales.

En este contexto tendremos que acentuar con más fuerza el valor de la pureza como clave para la vida de

nuestros jóvenes y para todas las edades. Incluso cuando planteamos la educación sexual integral en

nuestras escuelas, tendremos que esforzarnos por introducir un poco más el valor de la ecología humana,

el respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana, la corporeidad, la biología y la sexualidad, así

como erradicar el machismo que siempre es un flagelo cultural. Hablar de la pureza de vida, como una

opción fundamental parece ir a contrapelo del consumismo que, con tal de ganar plata, no tiene

escrúpulos en destrozar a los niños y jóvenes y la misma dignidad humana. Debemos subrayar que los

mismos padres y educadores, como primeros responsables de nuestros jóvenes, necesitan ahondar sobre

el valor de la pureza. La pureza es un valor que va más allá de lo sexual. ¡Qué maravilloso y testimonial es

ver la pureza de una anciana, que ha vivido tantas cosas, que ha luchado tanto, que es madre, abuela y su

rostro refleja en medio de sus arrugas, la pureza de vida!

La esperanza cristiana, porque tiene a Dios como su meta y absoluto, nos compromete a trabajar

activamente con nuestra historia. Los jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que

invirtamos en ellos será un signo de esperanza.

 

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

 

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Actualidad - 00:01 05/12/2021