?LA ECOLOG?A HUMANA?

Estamos caminando el tiempo del Adviento con el propósito de «volver a Dios» para celebrar bien la Navidad. Pero este camino lo podemos realizar solamente cuando captamos desde la fe que tenemos que convertirnos en pequeños y humildes para comprender el Reino que nos anuncia Jesucristo, el Señor. En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento (Mt. 3,1-12), San Juan Bautista aparece proclamando en el desierto de Judea: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».

Para «convertirnos» es necesario hacernos pequeños y sabemos que el lenguaje del pesebre es elocuente y nos enseña cómo ingresar al Reino que anunciaba Jesús. Algunos contemporáneos del Señor recibieron el calificativo de bienaventurados, porque por su situación se encontraban a punto para el encuentro salvífico con Jesús. Paradójicamente su pobre situación los había hecho dichosos, ricos y privilegiados. Ellos son los pobres, los que lloran, los misericordiosos… con los cuales Jesús se identifica plenamente. «Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver. Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt. 25,35-36.40). A este texto de Mateo se le pueden añadir otras situaciones en donde podemos encontrar a Jesús en los pobres.

Al reflexionar sobre el tema de la vida durante este adviento hemos hecho referencia a la gravedad que reviste en nuestro tiempo la defensa de los derechos de los niños por nacer, considerando que los grupos de militantes en favor del aborto se contradicen al hablar de derechos humanos, y no defender los derechos de los niños a que vivan desde que son concebidos como nos enseña claramente la genética, definiendo científicamente que desde la concepción hay vida humana. Lamentablemente los que militan en favor del aborto, sobre este tema deberían justificar la decisión de eliminar una vida humana por nacer, y de esto hacen un profundo silencio y de ese derecho no hablan. 

El próximo 8 de diciembre celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, fecha tan querida por el pueblo de Dios. En relación a esa celebración habitualmente he tratado de reflexionar sobre el valor de la pureza, especialmente ligada a nuestros niños y jóvenes. Debemos reconocer que teniendo en cuenta los peligros que acechan a la vida en todas sus dimensiones, y el ambiente que suele ofrecer la mayor parte de los medios de comunicación, hablar de pureza en los niños y jóvenes parece absurdo. Por un lado nos escandalizamos de la violencia y los problemas juveniles, y por otro, la comunicación consumista, el alcohol y la droga, se multiplican descontroladamente. Los obispos de la Argentina hemos llamado reiteradamente la atención sobre el drama de la droga y el narcotráfico. Y además de este flagelo, hay que atender a otros males que padecen nuestros jóvenes, como el alcoholismo, la promoción de una sexualidad promiscua, incluso en planteos educativos… Todo esto es consecuencia de una visión del hombre (varón y mujer) materialista y sin ninguna dimensión de lo trascendente. Sabemos que el ambiente influye fuertemente en la voluntad y en la libertad de aquellos que en la adolescencia empiezan a realizar sus primeras opciones fundamentales.

En este contexto tendremos que acentuar con más fuerza el valor de la pureza, como clave para la vida de nuestros jóvenes y para todas las edades. En nuestras escuelas hoy se ha logrado introducir un poco más el tema de la ecología, de lo natural, pero lamentablemente no se introdujo el valor de «la ecología humana», del respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana. Hablar de pureza de vida, como una opción fundamental parece ir a contrapelo del consumismo que con tal de ganar plata, no tiene ningún escrúpulo en destrozar a los niños y jóvenes y el derecho que tienen a ser respetados en su dignidad de personas. Debemos subrayar que los mismos padres y educadores al ser los primeros responsables de nuestros niños y jóvenes necesitan ahondar en el valor de la pureza.

La esperanza cristiana, porque tiene a Dios como su meta y absoluto, nos compromete a trabajar activamente para mejorar nuestro tiempo. Los niños y jóvenes son el presente y el futuro y todo lo que invirtamos en ellos será un signo de esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

Actualidad - 00:01 04/12/2016